Esta entrada debía haber aparecido cronológicamente entre Tailandia y Laos pero por error la publiqué como página, por lo que ahora lo corrijo y la pongo en su sitio.
Hong Kong son dos islas (Hong Kong y Lantau) + dos trozos de tierra (Kowloon y los Nuevos Territorios), que se explican, al igual que el nombre “Hong Kong” (literalmente, “Puerto fragante”) a través de la historia de cierta “fragancia”. Una historia, como todo el mundo sabe, muy relacionada con Inglaterra. La historia de Hong Kong comienza a principios del s.XIX, cuando los ingleses escogieron la ciudad, que entonces no era más que un mero puesto fronterizo, como puerto de entrada para sus exportaciones de opio desde Bengala. El comercio de opio no era nada nuevo para la Corona Inglesa en aquélla época, es más, era su producto estrella, a través del cual obtenían ingresos para sufragar las compras de porcelana, té y seda que demandaban ansiosas las masas aristocráticas inglesas. Como a los chinos no les interesaban para nada los productos ingleses, Su Majestad decidió que estaría bien convertirse en lo que podríamos considerar el primer “cartel de drogas” de la historia y así evitar el pago en plata que perjudicaba sus finanzas. Hay que decir que el honor de la instauración de la práctica de fumar opio mezclado con tabaco no es inglesa, en realidad fue iniciada precisamente por los españoles en el s. XVI, perfeccionada por los holandeses en el XVII y, finalmente, convertida en negocio por los ingleses en el XVIII. Con sus plantaciones en la India ya a pleno rendimiento, en el año 1.773 la Corona Británica exportó exactamente 73 toneladas de opio a China, un dato realmente curioso visto desde la perspectiva actual. Este incremento en la producción tuvo sus efectos y a comienzos del s.XIX el número de adictos en China comenzó a subir escandalosamente, por lo que el emisario del emperador chino, Lin Hse Tsu envió la siguiente carta a la Reina Victoria.
“Existe una categoría de extranjeros malhechores que fabrican opio y lo traen a nuestro país para venderlo, incitando a los necios a destruirse a sí mismos, simplemente con el fin de sacar provecho. (…)Ahora el vicio se ha extendido por todas partes y el veneno va penetrando cada vez más profundamente (…) Por este motivo, hemos decidido castigar con penas muy severas a los mercaderes y a los fumadores de opio, con el fin de poner término definitivamente a la propagación de este vicio.(…) Todo opio que se descubre en China se echa en aceite hirviendo y se destruye. En lo sucesivo, todo barco extranjero que llegue con opio a bordo será incendiado.” Lin Hse Tsu. Carta a la reina Victoria. 1839.
Fue la excusa perfecta para que en 1.841, tras la destrucción de un cargamento inglés, la Corona británica declarara a China la llamada 1ª Guerra del Opio, que le permitió obtener, entre otras compensaciones, la propiedad a perpetuidad de la isla de Hong Kong.
En 1.860, otro “incidente” parecido desató la 2ª Guerra del Opio, en la que Francia y Rusia se unieron al cártel, y tras la cual Inglaterra obtuvo el trozo de tierra continental que hoy es el barrio de Kowloon, Francia el derecho a comerciar a través de los ríos chinos sus productos de Indochina y Rusia la península donde hoy se erige la ciudad de Vladivostok.
Ya en 1.899, esta vez sin incidentes, los ingleses consiguieron el alquiler por 100 años de la isla de Lantau (donde hoy está el nuevo aeropuerto internacional y Disneyworld) y una gran extensión de tierra a partir de Kowloon, los llamados “Nuevos Territorios”. En un principio, esta parte de Hong Kong, caracterizada por densas montañas y que engloba varios parques naturales, quedó prácticamente deshabitada debido a la incertidumbre sobre su futuro, pero cuando hace unos años se supo que Inglaterra devolvería a China no sólo esta parte si no también la isla de Hong Kong y Kowloon comenzó un gran flujo migratorio desde China hacia esta zona, que hoy en día acoge al 50% de la población de Hong Kong (el total son unos 7 millones de personas).
En 1.997, los territorios que hoy forman Hong Kong fueron devueltos a China con ciertas condiciones, la famosa frase “un país, dos sistemas” que pronunció el entonces presidente chino Deng Xiaoping para justificar el mantenimiento de un sistema capitalista en Hong Kong, así como libertad administrativa, judicial y de aduanas (por eso no es necesario visado en Hong Kong para los europeos). Se trata de uno de los sistemas económicos más liberales del mundo, muy celoso de la protección de la propiedad privada (casi todas las empresas occidentales radican su sede en Hong Kong), y está basado principalmente en el sector financiero, que se desarrolló en los años 50 del pasado siglo como respuesta al embargo económico efectuado por China tras la subida al poder de Mao Tse Tung. Hoy, pese a unos años realmente catastróficos para la economía de Hong Kong —tras la devolución a China, como en una especie de maldición capitalista, se sucedieron: la crisis monetaria asiática que devaluó las principales monedas, el estallido de la burbuja inmobiliaria (otra más para la lista); la gripe aviar y la gripe SARS— la renta per capita de Hong Kong es de unos 40.000 USD/habitante, una de las más altas del mundo. En su encaje con China y sus peculiares normas, únicamente, y no es poco, el sistema de elección política queda controlado por el gobierno chino, ya que un 50% de los miembros del Parlamento hongkonés no son elegidos por sufragio universal sino que son elegidos entre diferentes “representantes” de sectores económicos y sociales (es decir, China).
Ya entrando en los atractivos de Hong Kong para el turista, sin duda una de las grandes atracciones de Hong Kong son los rascacielos. Debido a la escasez de tierra edificable en la isla y a la alta densidad de población, Hong Kong es hoy la segunda ciudad del mundo con mayor número de rascacielos tras Nueva York. Y para aprovechar ese atractivo el departamento de turismo de Hong Kong organiza cada día a las 20h un espectáculo de sonido y luces bastante llamativo. En la llamada Avenida de las Estrellas en la punta sur de Kowloon se agolpa la gente para ver cómo, al otro lado de la bahía, en la isla, se encienden luces de colores en lo alto de los principales rascacielos. Dura una media hora, y los empujones hasta alcanzar la primera línea, valen la pena.
Otra forma de admirar los rascacielos, si el smog o las nubes no lo impiden, mi caso, es subiendo en tranvía al llamado “The Peak”, un edificio en lo alto de una colina en la propia isla, que permite tener una panorámica fantástica del skyline desde arriba. En mi caso, como he dicho antes, no se veía mucho. Y es que, en vez de lanzarse al tranvía nada más llegar, lo que hay que hacer es aprovechar cualquier intervalo de sol para ir, ya que llegas en un momento con el excelente sistema de transportes de Hong Kong. La próxima vez.
Aunque hay algunos templos que visitar y todavía sobrevive algún edificio colonial en los folletos turísticos, son muy pocos y no demasiado interesantes. Debido al tema del espacio, los hongkoneses han derribado casi todo para hacer rascacielos, únicamente ahora se está empezando a mantener cierto patrimonio histórico. Así que yo destacaría otras cosas en la ciudad. La primera son las tiendas de lujo. Hong Kong debe tener tantos establecimientos prohibitivos como Nueva York, París o Tokyo. Paseando por el sur de Kowloon, donde se agolpan las tiendas de lujo, uno puede ver cosas curiosas como colas de personas, perfectamente ordenadas y con portero y todo, a la entrada de Prada o Cartier. Como si fuera una disco. Es bastante friki. Otro punto interesante es la fotografía, con excelentes tiendas y otras que se aprovechan de la fama de las primeras. Estas últimas están en Nathan Road, donde los promotores callejeros te asaltan para que compres cualquier cosa, relojes, cámaras, joyas. Hay que informarse si quieres gastarte dinero o te enredarán.
Uno de los puntos más londinenses de Hong Kong son los barrios de Admiralty y los Sohos, que se ubican tras el primero subiendo ya por la colina de la montaña que delimita la ciudad. Admiralty recuerda a la City, con altos edificios acristalados de oficinas y miles de personas en traje, muchos europeos. Centros comerciales y pequeños cafés, autobuses de dos pisos y restaurantes con terraza. A través de unas escaleras mecánicas (las más largas del mundo) uno va subiendo por la empinada pendiente en la que se ubica el Soho y llega a una zona llena de restaurantes europeos, pubs y galerías de arte. Es como pasear por una gran ciudad europea.
El barrio de Kowloon, cuya principal arteria y punto de referencia es Nathan Road, es la zona con mayor densidad del mundo, 1,9 millones de personas en 42km cuadrados. La cantidad de chinos va subiendo a medida que te diriges hacia el norte. La punta sur está repleta de hoteles de alto estándar, pensiones atrapa-mochileros (un robo), pequeñas tiendas de electrónica, centros comerciales y casas de cambio. Pero una vez superas la mitad de Nathan Road desaparece el panorama turista y entras en territorio chino. Desaparecen los Burger King y aparecen miles de pequeños restaurantes muy recomendables (buenos y baratos), desaparecen los grandes hoteles y aparecen otros de tamaño medio y muy buena relación calidad-precio (yo me alojé en uno, perfecto), y empiezas a ver la variedad de tiendas que exige una gran ciudad: inmobiliarias, talleres, pastelerías, lavanderías, quioscos o correos (por cierto, uno de los mejores del mundo). No es una parte muy bonita, nada que ver con la isla, pero es muy práctica para alojarse ya que tienes de todo a un paso y mucho más barato. Para gastar dinero coges el metro y enseguida te plantas en Marks & Spencer.
Y para acabar uno de los sitios favoritos en mi visita: el Mercado Nocturno de Temple Street. No por el mercadillo, bastante cutre si no por algo que se ubica unos metros más al norte de los puestos de enchufes, encendedores gigantes y linternas: los/las pitonisos/as. Sólo ver las casetas con sus telas rojas y negras con dibujos de horóscopos, las listas de precios de los servicios y las fotos promocionales de los adivinadores (tipo Master Joseph en la BBC), uno no puede resistirse y se pone a la cola. Hay que tener en cuenta que los precios varían mucho. En un principio yo me situé precisamente en la cola del Master Joseph que atendía con unos grandes tochos de números a una joven pareja. Hablaba con ellos y abría el listín de números, apuntaba y preguntaba algo, volvía al listín, dibujaba algo, se quedaba un rato pensativo y volvía a la carga. Estuve como veinte minutos admirándolo, hasta que unas chicas me explicaron que el gran Maestro cobraba unos 100€ por sesión y que duraban un promedio de una hora de garabatos y listines. Me quedé con las ganas de conocerlo, su currículum de fotos en televisiones de todo el mundo era apabullante. Así que me decidí por otro que tuviera también cara de ciencias ocultas chinas y costara 20€. Tuvimos un ligero problema ya que precisamos de un intérprete (un toque surrealista) pero me quedé muy satisfecho con mi futuro. Muy concreto, sin las vaguedades de los horóscopos de los diarios. La lectura de mis manos, además de confirmar dos cosas que ya sabía por otras lecturas anteriores —viviré muchos años y las relaciones sentimentales no son mi fuerte— me sirvió para saber de mis perspectivas a más corto plazo. En concreto me dijo que el 2011, en fechas chinas a partir de febrero, iba a ser un gran año para mis inversiones, que fuera al casino ya, y que también este mismo año conocería a mi esposa (no sé cómo supo que no estaba casado o con novia), con la que me casaría en el 2012. Y tendré dos hijos. Confío plenamente en él.
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