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Posts Tagged ‘Curiosidades’

Para los toraja la muerte es un largo viaje, que requiere un buen pertrecho. El camino a Puya, el mundo de las almas, es arduo, sólo un animal fuerte como el búfalo es capaz de asegurar el éxito en la travesía. Babú, mi guía, me indica el camino para alcanzar el ranta, el campo donde se instalará el funeral y puedo ver los búfalos a un lado. Pacen tranquilamente, junto a las motos de los invitados, atados con una cuerda a los postes de madera. Los antiguos romanos colocaban un puñado de arena en el pecho y una moneda en la boca del difunto para asegurar que Caronte, el barquero del inframundo, los llevara a buen puerto en su travesía por la laguna Estigia. Es por ello que no fueron grandes marineros. Tenían pánico a morir en el mar, sin ritual. En la creencia toraja, igualmente, es un gran alivio que los funerales tengan éxito. De esta forma el espíritu del difunto, ya liberado de deambular por el mundo terrestre, protegerá y traerá suerte a la familia desde el mundo de las almas. Para ello, el poblado del difunto se engalana convenientemente. Grandes telas rojas y negras decoran un rectángulo de cabañas y casetas de bambú construidas expresamente para alojar a los invitados. Familiares y amigos dejan por unos días las verdes terrazas de arroz que se descuelgan por las montañosas pendientes de Tana Toraja, la “tierra de los hombres de las tierras altas”, y acuden con regalos. La viuda ocupa una tarima preferente, junto a los invitados importantes. Se escuchan música y cantos mientras los jóvenes instalan una carpa con barras de metal que se encajan entre ellas. Desde la caseta de los “extranjeros” los vemos trepar y saltar con suficiencia a varios metros de altura por la estructura, que va tomando forma. Una tela cubrirá la carpa, debajo de ella se colocarán los animales sacrificados para que cada invitado pueda tomar una parte, una ofrenda de buena fortuna por parte de la familia. Tras la comida y los dulces, la viuda encabeza una procesión en que los hombres cargan un tongkonan —la casa en forma de barco tradicional— con el cuerpo del difunto mientras las mujeres, de riguroso negro, lideran el coro de lamentaciones. Se acerca el momento culminante. Los chavales se rifan el machete frente al búfalo. Finalmente, uno de ellos lo coge con decisión y se acerca a la víctima. Sonríe, entre orgulloso y divertido. Un corte rápido, afilado, un chorro de sangre que se dispara y el búfalo cae arrodillado, exhala un último estertor y se desploma, ya muerto, de costado. El funeral ha comenzado con éxito.

Funeral toraja

Cuanto más poderosa sea una familia, más búfalos se sacrificarán en un entierro. Se asegura así el éxito en el tránsito de un mundo a otro y reviste también de buena fortuna y poder a la familia. Pero a veces pasan semanas o meses hasta que la familia consigue reunir el dinero para el funeral. Incluso pueden llegar a endeudarse para conseguirlo. El cadáver, entretanto, se conserva con ungüentos. La primera visita del día es un poblado toraja. De camino, Babú me explica que, recientemente, una familia sacrificó 150 búfalos en un entierro. Y cada uno vale unos 1.000€. Pasamos por una aldea donde un hombre exhibe un búfalo albino junto a la caseta donde vive. Los albinos son más codiciados, 20.000€ por uno adulto. El que vemos es joven, una buena inversión. Aunque también algo arriesgada. En ocasión de algún entierro importante también se celebran las conocidas peleas de búfalos. Se juntan los búfalos casa por casa y se llevan al recinto de la pelea. Aunque las apuestas están prohibidas en Indonesia, la policía las permite en esas ocasiones. Es una “excepción tradicional”.

Las tongkonan, las casas tradicionales de las fotos con forma de barco, se construyen en alto, sobre pilotes de madera que las levantan más de un metro del suelo. Se dice que los primeros habitantes de Tana Toraja eran indochinos, navegantes, y que construyeron las casas con la forma de los barcos en que habían hecho la travesía porque sus hijos, nacidos en el mar, querían seguir viviendo en barcos. Obviamente, también es una defensa contra los animales pero no contra los espíritus, que merodearán libremente por su antiguo hogar hasta que se celebre el funeral. Tras éste se enterrará el cadáver en piedra.

Tras la aldea, Babú me lleva por los caminos de tierra que dan acceso a las mejores vistas de la tierra toraja. El arroz todavía no está alto y las terrazas están inundadas de agua. Es una tierra montañosa, de lluvia frecuente y clima moderado, iluminada por el verde. Las mujeres trabajan sumergidas en el agua, con el sombrero triangular tradicional. Una madre lo hace con sus tres hijas, que enseguida dejan las azadas para venir a saludar. El cielo se ennegrece de pronto y paramos a comer. Los niños indonesios, omnipresentes, corretean por el restaurante, un hotel construido en madera y con magníficas vistas. La lluvia es también un espectáculo en Indonesia. El cielo parece resquebrajarse por rayos azulados, que brillan, lejanos, entre las columnas de nubes.

Hoy en día, las tumbas toraja son una mezcla extraña de cristianismo y animismo, de flores y crucifijos, una religión posmoderna. En un origen, se trataba de un animismo politeísta llamado Aluk, “el camino”, o “la ley”. No era un sistema de creencias sino de mitos, costumbres y leyes. Aluk gobernaba la vida social  y la funeraria, que tenían ritos diferentes que no debían mezclarse. Los antiguos ritos de vida de la religión toraja fueron prohibidos por los misioneros holandeses que llegaron a estas tierras en la década de 1920, pero no fueron capaces de erradicar los de muerte y los adaptaron, intrincándolos con creencias cristianas. Hoy Toraja es cristiana y así, el mundo de las almas, Puya, se asimila al cielo cristiano. Babú me habla constantemente de “pass away” que no sé exactamente cómo traducir. Es un tipo simpático, con una sonrisa amplia y humilde, que te gana fácilmente. Vive de hacer de guía. Paramos junto a una tumba en construcción, un pequeño iglú elaborado con piedra extraída, trozo a trozo y con un martillo, de la roca por toda la familia. No se puede usar cemento ni nada parecido. Alrededor del óvalo mortuorio la familia deja botellas de agua, dinero y comida para que los espíritus de los muertos se aprovisionen en su estancia en nuestro mundo. El animismo cree que los espíritus del difunto, una vez muerto, siguen vagando por la casa y alrededores, de ahí las provisiones. Lo mismo ocurre con los espíritus hindús y sintoístas. Según Babú, algunos lugareños hablan a las tumbas, pero sólo muy pocos son capaces realmente de ver a los espíritus y contactar con ellos. De vuelta al hotel pienso en que me gustaría conocer a uno. Y en Hamlet: “morir: dormir, dormir, y quizás, soñar”.

Tumba toraja

Las tumbas toraja también se construyen en criptas en alto o incrustadas en una pared de roca. La primera parada del siguiente día de visita es para ver una de las más famosas, casi única ya. Enclavada en la roca, la gruta está repleta de las imágenes talladas en madera de los difuntos enterrados allí, los llamados, tau taus. En teoría los tau taus se visten con la ropa y enseres del muerto. Son esculturas de madera con parecidos increíbles a los rostros humanos y que hoy se venden principalmente como souvenirs. Un hombre viejo me enseña con cariño su tienda. Los rasgos y las miradas sorprenden. Babú me cuenta que una mujer holandesa encargó una para su marido, enterrado en Holanda, y la vino a buscar al cabo de un año, cuando ya estaba terminada, para llevársela. El camino de acceso a la gruta ofrece al visitante un recorrido gris de huesos y calaveras desparramados por el suelo, botellas de agua enmohecidas y pequeños billetes arrugados. Desde lo alto, los campos de arroz resplandecen a lo lejos, ajenos y amarillentos por el sol de la mañana. Un búfalo se refresca acostado en el barro. Muerte y vida, gris y verde.

Dos mujeres, de clase noble, según me informa Babu, nos reciben tras la entrada a lo que parece un poblado más. Es una familia importante, por eso estamos allí, información que agradezco. Tejen en telares que manejan con los pies, distraídamente, con evidente destreza a pesar de la edad. Me muestran sus fulares y colchas, seda y sarga de diferentes colores. No son especialmente bonitos, la tela es algo áspera para el refinado mundo occidental. Pero no insisten. Charlamos y cuando miro las arrugas que recorren sus facciones me parece que hayan vivido siglos, las marcas son profundas y limpias en una tez aún suave, brillante bajo el sol. Me observan, tienen esa mirada escrutadora de la gente sabia. 80 y 100 años de sabiduría respectivamente. Y un extranjero es un buen marido para sus nietas. Sus tres hijas ya se han casado con europeos, me informan, y me señalan a una chica joven que camina a lo lejos. Está soltera, y es muy guapa, hay que reconocerlo. Al fondo, los obreros terminan una de las casas de la familia, con puertas de madera y ventanas corredizas, modernas. En medio del recinto se erigen los tongkonan tradicionales. Sin embargo, ellas prefieren recibir en sus habitáculos particulares, sencillos, para recibir turistas, vender tejidos u ofrecer un intercambio ventajoso para su familia. Porque las mujeres controlan la vida de los toraja. El marido cede su sueldo a la esposa que es quien lo administra, quien compra la ropa o toma un préstamo, pero también son ellas quienes planifican las cosechas, quienes regatean y venden los souvenirs a los turistas, o quienes, a veces, plantean una alianza. La mujer tiene un papel predominante en la sociedad toraja, de hecho en su estructura de clases la herencia se transmite a través de la madre, no del padre. Es por ello que los hombres nobles no pueden casarse con alguien de menor condición social, lo que sí está permitido a las mujeres. Por ejemplo, con un extranjero. Pero esa misma tarde tengo un funeral.

En 1971, 50 extranjeros visitaron Tana Toraja. En 1985 se alcanzaron 150.000. Fue la época en la que el gobierno indonesio comenzó a presentar Tana Toraja como la “segunda parada tras Bali”, iniciativa que se encontró con la oposición de los lugareños y de muchos antropólogos, que veían la amenaza del inicio de una feria de funerales. Pero la reacción empobreció a los toraja y finalmente —unido a las luchas con sus vecinos musulmanes de Sulawesi, que alejaron el turismo durante unos años—, se ha acabado por aceptar la presencia de las cámaras sin acritud. Aunque se suele decir que los funerales son en julio y agosto, lo cierto es que hay funerales todo el año. Basta con buen guía, como Babú, para entrar en el fascinante mundo de los espíritus, los funerales y la cultura toraja. Un pueblo cuyos difuntos tienen aún un largo camino por recorrer. 

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Decía en la entrada anterior que Camboya es un pequeño país que por su reciente historia y por su gente bien vale una visita. En el tren que tomé de Hanoi a Sapa compartí la cabina con un londinense: “Camboya es fantástica” me dijo, en cuanto le comenté mis intenciones de visitarla. La verdad es que me llamó la atención. Un tipo de mediana edad, con un cierto aire a Michael Caine y que trabajaba en la industria del cine. Eso le permitía disfrutar cada año de 3 meses de vacaciones y, desde hacía varios años, los dedicaba invariablemente a viajar por el sudeste asiático. Conocía todos los países, de Vietnam a Indonesia. Y se quedaba con Camboya. “Es mucho mejor que Tailandia. Puedes vivir por la mitad, hay buenos hoteles, la gente es encantadora. Y sin turistas”. Un tiempo después un ex compañero de trabajo me comentó también que tenía un gran recuerdo de Camboya; como un país especial. Y ahora que escribo desde el recuerdo yo también puedo decir algo similar. Hay algo en Camboya que te llega adentro. Con tal de que escarbes un poco, que salgas del paraíso artificial de Siem Reap y Angkor y visites otras ciudades; con tal de que pases la barrera de la timidez innata de los camboyanos y los conozcas un poco, y conozcas su historia, plena de luces y sombras; con tal de que hagas un pequeño esfuerzo, poco a poco despejarás los miedos y recelos de la llegada y empezarás a notar una cierta sensación agradable, cómoda, fácil. Y un sentimiento que, más que de admiración yo lo llamaría de respeto. Por su gente y por su país.

Es cierto que Camboya es un país que ha sufrido mucho: guerras, bombas, hambre y campos de exterminio en el pasado. Violencia, corrupción y explotación en los años recientes. La lista es amplia. La triste realidad es que hay miles de huérfanos y familias descompuestas aún hoy en día. Y relaciones padres-hijos condenadas por todo el horror vivido. Pero no es lástima o compasión lo que te hace sentir este país. Por un lado, no hay que olvidar que la mayoría de los crímenes los cometieron los propios camboyanos. No hubo un enemigo “externo” al que culpar. Pero tampoco es lástima porque tampoco los camboyanos predican con ella, no acuden a ti con esa actitud. Lo cierto es que, precisamente, hay veces en que parece todo lo contrario, hay ocasiones en que da la sensación de que todas esas desgracias, o bien no existieron, o bien no les han afectado demasiado. Con ese ritmo pausado que provoca el calor tropical, a ratos parece que les de pereza hasta quejarse. Seguramente, esa valentía de afrontar la vida con serenidad, pase lo que pase, de algunos camboyanos tenga que ver con su creencia, casi supersticiosa, en el karma budista. La reencarnación, que promete una vida futura mejor, y justifica una mala racha en otras vidas anteriores, que impide cualquier sentimiento de autocompasión o de culpabilidad. Una actitud que resulta un misterio y desconcierta a  los ojos occidentales, acostumbrados a lamentarse por cosas mucho más triviales. 

En Camboya muchas mujeres piensan que tener la piel morena es un signo de clase baja. No es el único país, sucede lo mismo en Japón, China o Singapur. Lo que ocurre es que en Camboya hay mucho más sol, su etnia es realmente de piel morena. Ya puedes tratar de argumentar que en Europa estar moreno está bien visto, que en realidad eso es una moda antigua de la época colonial o que, ya puestos, pensar eso es un poco racista. Da todo absolutamente igual, en cuanto salga un rayo de sol se taparán la cara con lo que puedan. Y también da igual que haga 40 grados. La verdad es que es gracioso. Pero otras actitudes hacia las mujeres no lo son tanto, Camboya es un país muy conservador y muy machista, que aún tiene que avanzar bastante en la igualdad entre sexos.

Otro punto que impresiona de muchos camboyanos humildes, más allá de algunas otras creencias sorprendentes como su confianza en la protección mágica de los tatuajes o en las maldiciones, es su poca avaricia, su desdén por el consumismo. En los más jóvenes no es tan así, pero, generalmente, la gente común no trata de estafarte. Los precios no se negocian tanto, muchos hoteles y servicios tienen dueños chinos, y casi no tienes esa sensación de que te están sableando que se respira en Vietnam o en Tailandia. En general, todo es más fácil. Y en otro orden de cosas, su apego por la familia, que viene de tiempo atrás, tiene algo de conmovedor.

Camboya tiene algo que te atrapa. La gente que ves en los mercados, en las granjas a los lados de las carreteras polvorientas, es la misma gente que en el pasado construyó ciudades mitológicas a imagen del universo para ofrecer a sus dioses. Es un bonito país, rudimentario y plácido, pero lo que realmente te conquista es la gente, su etnia, los khmeres. Porque, la verdad, hay veces que no entiendes nada.

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Esta entrada debía haber aparecido cronológicamente entre Tailandia y Laos pero por error la publiqué como página, por lo que ahora lo corrijo y la pongo en su sitio.

Hong Kong son dos islas (Hong Kong y Lantau) + dos trozos de tierra (Kowloon y los Nuevos Territorios), que se explican, al igual que el nombre “Hong Kong” (literalmente, “Puerto fragante”) a través de la historia de cierta “fragancia”. Una historia, como todo el mundo sabe, muy relacionada con Inglaterra. La historia de Hong Kong comienza a principios del s.XIX, cuando los ingleses escogieron la ciudad, que entonces no era más que un mero puesto fronterizo, como puerto de entrada para sus exportaciones de opio desde Bengala. El comercio de opio no era nada nuevo para la Corona Inglesa en aquélla época, es más, era su producto estrella, a través del cual obtenían ingresos para sufragar las compras de porcelana, té y seda que demandaban ansiosas las masas aristocráticas inglesas. Como a los chinos no les interesaban para nada los productos ingleses, Su Majestad decidió que estaría bien convertirse en lo que podríamos considerar el primer “cartel de drogas” de la historia y así evitar el pago en plata que perjudicaba sus finanzas. Hay que decir que el honor de la instauración de la práctica de fumar opio mezclado con tabaco no es inglesa, en realidad fue iniciada precisamente por los españoles en el s. XVI, perfeccionada por los holandeses en el XVII y, finalmente, convertida en negocio por los ingleses en el  XVIII. Con sus plantaciones en la India ya a pleno rendimiento, en el año 1.773 la Corona Británica exportó exactamente 73 toneladas de opio a China, un dato realmente curioso visto desde la perspectiva actual. Este incremento en la producción tuvo sus efectos y a comienzos del s.XIX el número de adictos en China comenzó a subir escandalosamente, por lo que el emisario del emperador chino, Lin Hse Tsu envió la siguiente carta a la Reina Victoria.

“Existe una categoría de extranjeros malhechores que fabrican opio y lo traen a nuestro país para venderlo, incitando a los necios a destruirse a sí mismos, simplemente con el fin de sacar provecho. (…)Ahora el vicio se ha extendido por todas partes y el veneno va penetrando cada vez más profundamente (…) Por este motivo, hemos decidido castigar con penas muy severas a los mercaderes y a los fumadores de opio, con el fin de poner término definitivamente a la propagación de este vicio.(…) Todo opio que se descubre en China se echa en aceite hirviendo y se destruye. En lo sucesivo, todo barco extranjero que llegue con opio a bordo será incendiado.” Lin Hse Tsu. Carta a la reina Victoria. 1839.

Fue la excusa perfecta para que en 1.841, tras la destrucción de un cargamento inglés, la Corona británica declarara a China la llamada 1ª Guerra del Opio, que le permitió obtener, entre otras compensaciones, la propiedad a perpetuidad de la isla de Hong Kong.

En 1.860, otro “incidente” parecido desató la 2ª Guerra del Opio, en la que Francia y Rusia se unieron al cártel, y tras la cual Inglaterra obtuvo el trozo de tierra continental que hoy es el barrio de Kowloon, Francia el derecho a comerciar a través de los ríos chinos sus productos de Indochina y Rusia la península donde hoy se erige la ciudad de Vladivostok.

Ya en 1.899, esta vez sin incidentes, los ingleses consiguieron el alquiler por 100 años de la isla de Lantau (donde hoy está el  nuevo aeropuerto internacional y Disneyworld) y una gran extensión de tierra a partir de Kowloon, los llamados “Nuevos Territorios”. En un principio, esta parte de Hong Kong, caracterizada por densas montañas y que engloba varios parques naturales, quedó prácticamente deshabitada debido a la incertidumbre sobre su futuro, pero cuando hace unos años se supo que Inglaterra devolvería a China no sólo esta parte si no también la isla de Hong Kong y Kowloon comenzó un gran flujo migratorio desde China hacia esta zona, que hoy en día acoge al 50% de la población de Hong Kong (el total son unos 7 millones de personas).

En 1.997, los territorios que hoy forman Hong Kong fueron devueltos a China con ciertas condiciones, la famosa frase “un país, dos sistemas” que pronunció el entonces presidente chino Deng Xiaoping para justificar el mantenimiento de un sistema capitalista en Hong Kong, así como libertad administrativa, judicial y de aduanas (por eso no es necesario visado en Hong Kong para los europeos). Se trata de uno de los sistemas económicos más liberales del mundo, muy celoso de la protección de la propiedad privada (casi todas las empresas occidentales radican su sede en Hong Kong), y está basado principalmente en el sector financiero, que se desarrolló en los años 50 del pasado siglo como respuesta al embargo económico efectuado por China tras la subida al poder de Mao Tse Tung. Hoy, pese a unos años realmente catastróficos para la economía de Hong Kong —tras la devolución a China, como en una especie de maldición capitalista, se sucedieron: la crisis monetaria asiática que devaluó las principales monedas, el estallido de la burbuja inmobiliaria (otra más para la lista); la gripe aviar y la gripe SARS— la renta per capita de Hong Kong es de unos 40.000 USD/habitante, una de las más altas del mundo. En su encaje con China y sus peculiares normas, únicamente, y no es poco, el sistema de elección política queda controlado por el gobierno chino, ya que un 50% de los miembros del Parlamento hongkonés no son elegidos por sufragio universal sino que son elegidos entre diferentes “representantes” de sectores económicos y sociales (es decir, China).

Ya entrando en los atractivos de Hong Kong para el turista, sin duda una de las grandes atracciones de Hong Kong son los rascacielos. Debido a la escasez de tierra edificable en la isla y a la alta densidad de población, Hong Kong es hoy la segunda ciudad del mundo con mayor número de rascacielos tras Nueva York. Y para aprovechar ese atractivo el departamento de turismo de Hong Kong organiza cada día a las 20h un espectáculo de sonido y luces bastante llamativo. En la llamada Avenida de las Estrellas en la punta sur de Kowloon se agolpa la gente para ver cómo, al otro lado de la bahía, en la isla, se encienden luces de colores en lo alto de los principales rascacielos. Dura una media hora, y los empujones hasta alcanzar la primera línea, valen la pena.

Otra forma de admirar los rascacielos, si el smog o las nubes no lo impiden, mi caso, es subiendo en tranvía al llamado “The Peak”, un edificio en lo alto de una colina en la propia isla, que permite tener una panorámica fantástica del skyline desde arriba. En mi caso, como he dicho antes, no se veía mucho. Y es que, en vez de lanzarse al tranvía nada más llegar, lo que hay que hacer es aprovechar cualquier intervalo de sol para ir, ya que llegas en un momento con el excelente sistema de transportes de Hong Kong. La próxima vez.

Aunque hay algunos templos que visitar y todavía sobrevive algún edificio colonial en los folletos turísticos, son muy pocos y no demasiado interesantes. Debido al tema del espacio, los hongkoneses han derribado casi todo para hacer rascacielos, únicamente ahora se está empezando a mantener cierto patrimonio histórico. Así que yo destacaría otras cosas en la ciudad. La primera son las tiendas de lujo. Hong Kong debe tener tantos establecimientos prohibitivos como Nueva York, París o Tokyo. Paseando por el sur de Kowloon, donde se agolpan las tiendas de lujo, uno puede ver cosas curiosas como colas de personas, perfectamente ordenadas y con portero y todo, a la entrada de Prada o Cartier. Como si fuera una disco. Es bastante friki. Otro punto interesante es la fotografía, con excelentes tiendas y otras que se aprovechan de la fama de las primeras. Estas últimas están en Nathan Road, donde los promotores callejeros te asaltan para que compres cualquier cosa, relojes, cámaras, joyas. Hay que informarse si quieres gastarte dinero o te enredarán.

Uno de los puntos más londinenses de Hong Kong son los barrios de Admiralty y los Sohos, que se ubican tras el primero subiendo ya por la colina de la montaña que delimita la ciudad. Admiralty recuerda a la City, con altos edificios acristalados de oficinas y miles de personas en traje, muchos europeos. Centros comerciales y pequeños cafés, autobuses de dos pisos y restaurantes con terraza. A través de unas escaleras mecánicas (las más largas del mundo) uno va subiendo por la empinada pendiente en la que se ubica el Soho y llega a una zona llena de restaurantes europeos, pubs y galerías de arte. Es como pasear por una gran ciudad europea.

El barrio de Kowloon, cuya principal arteria y punto de referencia es Nathan Road, es la zona con mayor densidad del mundo, 1,9 millones de personas en 42km cuadrados. La cantidad de chinos va subiendo a medida que te diriges hacia el norte. La punta sur está repleta de hoteles de alto estándar, pensiones atrapa-mochileros (un robo), pequeñas tiendas de electrónica, centros comerciales y casas de cambio. Pero una vez superas la mitad de Nathan Road desaparece el panorama turista y entras en territorio chino. Desaparecen los Burger King y aparecen miles de pequeños restaurantes muy recomendables (buenos y baratos), desaparecen los grandes hoteles y aparecen otros de tamaño medio y muy buena relación calidad-precio (yo me alojé en uno, perfecto), y empiezas a ver la variedad de tiendas que exige una gran ciudad: inmobiliarias, talleres, pastelerías, lavanderías, quioscos o correos (por cierto, uno de los mejores del mundo). No es una parte muy bonita, nada que ver con la isla, pero es muy práctica para alojarse ya que tienes de todo a un paso y mucho más barato. Para gastar dinero coges el metro y enseguida te plantas en Marks & Spencer.

Y para acabar uno de los sitios favoritos en mi visita: el Mercado Nocturno de Temple Street. No por el mercadillo, bastante cutre si no por algo que se ubica unos metros más al norte de los puestos de enchufes, encendedores gigantes y linternas: los/las pitonisos/as. Sólo ver las casetas con sus telas rojas y negras con dibujos de horóscopos, las listas de precios de los servicios y las  fotos promocionales de los adivinadores (tipo Master Joseph en la BBC), uno no puede resistirse y se pone a la cola. Hay que tener en cuenta que los precios varían mucho. En un principio yo me situé precisamente en la cola del Master Joseph que atendía con unos grandes tochos de números a una joven pareja. Hablaba con ellos y abría el listín de números, apuntaba y preguntaba algo, volvía al listín, dibujaba algo, se quedaba un rato pensativo y volvía a la carga. Estuve como veinte minutos admirándolo, hasta que unas chicas me explicaron que el gran Maestro cobraba unos 100€ por sesión y que duraban un promedio de una hora de garabatos y listines. Me quedé con las ganas de conocerlo, su currículum de fotos en televisiones de todo el mundo era apabullante. Así que me decidí por otro que tuviera también cara de ciencias ocultas chinas y costara 20€. Tuvimos un ligero problema ya que precisamos de un intérprete (un toque surrealista) pero me quedé muy satisfecho con mi futuro. Muy concreto, sin las vaguedades de los horóscopos de los diarios. La lectura de mis manos, además de confirmar dos cosas que ya sabía por otras lecturas anteriores —viviré muchos años y las relaciones sentimentales no son mi fuerte— me sirvió para saber de mis perspectivas a más corto plazo. En concreto me dijo que el 2011, en fechas chinas a partir de febrero, iba a ser un gran año para mis inversiones, que fuera al casino ya, y que también este mismo año conocería a mi esposa (no sé cómo supo que no estaba casado o con novia), con la que me casaría en el 2012. Y tendré dos hijos. Confío plenamente en él.

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El Tibet es de esos destinos que deja un sabor dulce en la memoria. Cielos azules y brillantes como el rastro de pintura que se deja en una paleta, aire puro y nieve en el horizonte —el Everest en la frontera—,  lagos interminables y carreteras desiertas; gente amable que ríe y mira sorprendida al extranjero, monjes de granate y púrpura y peregrinos cansados y arrugados por el sol; telas, fardos, pinturas y magia; carne de yak y olor a incienso; flores y velas derretidas: un mundo de colores.

Y un pueblo pobre y oprimido, resignado y sufriente, que conmueve y extraña a la vez. Un pueblo que viaja en vagones diferentes y al que no se le permite entrar en el bar del tren o subir por las escaleras mecánicas en la estación de Lhasa. Un pueblo devoto de sus creencias, que viaja miles de kilómetros para postrarse y ofrecer respeto a sus maestros, que no adora ni reza ni pide el favor de sus dioses —porque en el budismo no hay ídolos, ni credos ni libros sagrados— que simplemente lo hace por la salud y felicidad de su propia conciencia. Agolpados unos sobre otros y repletos de convencimiento, casi como idos, recorren el interior del sagrado templo de Jokhang, en Lhasa. Se postran juntando las manos y se levantan fuera de él, repetidas veces, sobre pequeñas colchonetas alargadas. Viejos y jóvenes, razas mezcladas, pieles curtidas y mejillas rosadas. Una imagen que impresiona.

Los peregrinos hacen 3 tipos de ofrendas: velas como símbolo del Dharma, incienso como símbolo de la fragancia de la virtud, y flores, que representan lo efímero de la vida. El Dharma, literalmente “las riendas” o “lo que nos sustenta”, es el término que utiliza la doctrina budista para referirse al camino para el aprendizaje. Como muchos otros términos budistas se ha utilizado en occidente profusamente. “Vagabundos del Dharma”, la novela de Kerouac y luego biblia metafísica de los hippies, es seguramente el primer y más verdadero ejemplo, ya que cuenta la historia de un hombre que peregrina a un monasterio budista en Japón, todo esto mucho antes de que los Beatles visitaran al Maharayasi, Osho se mudara a California y lo zen se pusiera de moda. Una famosa y reciente serie de televisión utiliza el término “Iniciativa Dharma” para denominar un complejo científico técnico, y hay un grupo catalán de música denominado “Companyia Eléctrica Dharma” (aquí sí que no veo relación).

Pero volviendo a los tibetanos, una cosa que me sorprendió en mi estancia en Lhasa fue que no lograba comprender (en parte porque mi inglés es lamentable) las profusas explicaciones que me daba mi guía, Dickey, en las visitas. “Tengo que leer más sobre budismo porque tengo la sensación de que me pierdo, de que me falta algo para entender lo que me cuentas”, le decía. Ella, claro, me miraba como diciendo, “estos turistas son muy raros”. Independientemente de esto, he de decir que es una guía muy profesional, inteligente y con ese carácter tibetano que permite un break para tomar un café y pasteles, acompañarte al super o marcharse antes de los sitios. Tengo su contacto por si alguien quiere ahorrarse un dinero y pagar a una agencia tibetana en vez de a una china. Una vez fuera del Tibet y entre Internet y “Buddhism Explained”, un libro que me compré de un monje tailandés específico para gente que no sabe nada de budismo, he llegado a entender lo que me faltaba. La mayor parte del malentendido, como veréis a continuación, proviene de la propia historia y estructura social del Tibet y de que el budismo tibetano, como consecuencia, es algo diferente del budismo tradicional.

Lhasa es la capital del Tibet, un territorio mayor que Texas y que durante una gran parte de su historia ha vivido como un reino o teocracia independiente pero que tiene una relación histórica indudable con China. Los tibetanos invadieron China en el 763 d.C y fueron luego posteriormente invadidos por los chinos. Fue Gengis Khan quien, en una hábil maniobra política, instauró la figura del Dalai Lama (de “Dalai”, en mongol “océano”; y “Lama” en tibetano “maestro espiritual” o “guru”) como gestor de un territorio administrativamente independiente del resto de China y a la vez “reencarnación de Buda en la Tierra”. El Dalái Lama se convierte así en el jefe supremo de una monarquía feudal teocrática absolutista que duró hasta la invasión del Tibet por parte de China en 1950. Los Lamas eran considerados como parte de la élite dentro del sistema de organización feudal de la sociedad tibetana, donde la vasta mayoría de la población estaba compuesta por siervos, y donde un 5% de la misma estaba al servicio de los Lamas. Hoy en día, esto ya no es así, los chinos desmantelaron el sistema feudal y la verdad es que han construido hospitales, carreteras y próximamente centros comerciales, pero los tibetanos siguen profundamente ligados a sus costumbres y tradiciones, inmunes al discurso chino que justifica en estas inversiones su dominio del Tibet. Lo chocante es que, más allá de los actos represivos chinos, parece que prefieran un sistema feudal. O al menos no lo critican. Pregunté a Dickey por la estructura social, por la propiedad de la tierra antes de China pero no me entendía (o no quiso hablar de ello). Una cosa que le llamó mucho la atención fue que estudiáramos filosofía, “qué suerte”, me dijo. Porque en el Tibet eso está destinado a los monjes.

Al mismo tiempo que la figura del Dalai Lama se crea el budismo vajrayana, una corriente budista diferente a las clásicas theravada y mahayana, que son las mayoritarias en el mundo. Aunque el Dalai Lama no es un maestro Buddha sino un Bodhisattva (una figura heroica, real o mítica, que representa un modelo a seguir en la práctica del budismo), es el patrono del Tíbet y los tibetanos adoran a sus lamas como auténticos guías espirituales. Las estatuas de bodhisattvas y lamas son tan numerosas que uno cree que se le están presentando dioses similares a Buda cuando no es así. Una de las diferencias principales con el budismo tradicional es que los budistas tibetanos o lamistas creen que, tras la muerte de un Dalai Lama, su conciencia tarda un intervalo de cuarenta y nueve días, a lo sumo, para encarnarse de nuevo en un niño (Panchen Lama). Hay que decir que la creencia de que la condición de Bodhisattva pueda ser “heredada” en un niño es bastante incompatible con la bases del budismo tradicional, una religión donde el aprendizaje y la meditación son prácticas fundamentales. Actualmente el budismo tibetano está presente, además de en el propio Tibet, en Mongolia y Bhutan de forma mayoritaria (aunque con sus propios líderes espirituales), así como de forma minoritaria en otras partes de China y tiene sus propias comunidades en el mundo. A continuación, una foto del Palacio de Potala, sede del Dalai Lama desde 1.648 hasta el exilio a la India del actual y que cuenta con 900 habitaciones.

Finalmente, un par de datos prácticos. El primero, un restaurante, “Lhasa Snowland” en el casco viejo de Lhasa, con una comida excelente (el yak a la plancha es delicioso), un gerente muy enrollado que pone música electrónica tibetana y te dibuja los ingredientes del plato en un papel para que te enteres, y unas camareras que no hacen más que reírse de ti. También tienen una foto de Colin Farrell comiendo allí. El segundo: nada más llegar al hotel poned el aparato de aire acondicionado frío-calor al máximo si no queréis coger un constipado de caballo como me pasó a mí. Muchos hoteles en Lhasa no tienen calefacción central y por la noche hace un frío de narices. Sabréis si tienen calefacción si en recepción llevan anorak.

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Sigo con problemas de censura para acceder al blog por lo que estoy pidiendo a gente en España que me pegue los textos y las fotos. Como no puedo acceder no puedo responder a comentarios, los veo y los puedo publicar desde el correo, pero no puedo responder. Tampoco puedo subir fotos…cuando llegue a Vietnam, en 10 días, pondré todo en orden.

Aprovecho para comentar la censura, ya que me censuran (no tengo muy claro si comentar la censura también es censurable, me iré a tomar unas birras con los soldados para preguntarles).Por lo que veo en los cafés de Internet, aquí está prohibido acceder a contenidos “políticos” (no sé cómo lo detectan, la verdad), “pornográficos” (aquí es más fácil,no hay mucha originalidad) y, atención, “religiosos”. La idea de que las encíclicas papales puedan llegar a ser subversivas resulta bastante curiosa. Aunque supongo que se refieren a las muchedumbres que pueden llegar a comandar los monjes tibetanos en una revuelta a gran escala por todo el país.

Pero vamos a Kagoshima con una foto que no merece muchos comentarios.

Esta instantánea fue tomada en los baños de arena de Ibusuki un pueblo en la punta sur de Japón, a unos 50 Km de Kagoshima. Está en una zona volcánica, por lo que la arena en algunos sitios se mezcla en el subsuelo con corrientes de vapor y se calienta. El “enterramiento” es un tratamiento medicinal, dicen que diez-quince minutos bajo la arena sirven para depurar tu cuerpo. No sé, pero la verdad es que, aparte de que es divertido verte enterrado (no estás inmovilizado, puedes salir si te agobias), la arena realmente quema. Cuando digo que quema me refiero a que los brazos salen algo rojos y que cuando llevas quince minutos realmente no puedes más. Si te olvidaste de que tenías una herida, no te preocupes, recordarás durante diez minutos el punto exacto. Al salir, estás sudando (de ahí la toalla). Eso sí, luego de la arena pasas a los baños de agua caliente o fría y te quedas nuevo, realmente nuevo. Si no recuerdo mal, costaba unos 20 €. Un par de fotos más.

La verdad es que, en gran parte, mi desplazamiento hasta Kagoshima, una ciudad a 4 h en tren desde Nagasaki (los trenes rápidos llegarán aquí en febrero de 2011), fue para hacer esta chorrada. En un documental de Pilot Guides (muy recomendables, por cierto, en www.seriesyonquis.com están) vi a un reportero enterrado y me dije que tenía que probarlo.Pero además de esto, tenía curiosidad por ver una ciudad algo alejada de los circuitos normales, una ciudad costera y los pueblos de las cercanías.

Kagoshima es una ciudad de tamaño medio situada en la punta sur de Japón. Debido a su clima, bastante caluroso para Japón y a que justo enfrente de la ciudad hay un volcán activo, el Sakurajima, la llaman la Nápoles de Japón. Su última erupción fue en 1.914.

La ciudad no tiene mucho de particular, sus habitantes tienen fama de bruscos (en Japón es realmente difícil saber qué significa eso) y creo que trata de impulsarse a través de desarrollar la zona comercial del puerto, un poco tipo Barcelona hace 20 años. Pero aún les queda mucho. Una visita turística interesante son los Jardines Senganen. Los jardines, las viviendas y la montaña en torno suyo eran la antigua “finca” del clan Shimazu, una dinastía muy poderosa en Japón.

Por un precio añadido a la entrada normal, uno puede visitar la casa de la familia guiado por una geisha auténtica y asistir a una ceremonia del te. Yo lo pagué aunque creo que no tiene nada de particular, es bastante soso todo, geishas y guiris me parece que no mezclan bien. Por un lado, a las geishas se les nota que les da cierta pereza tratar con gente de fuera de Japón y, quizás por eso, la explicación: la sala de dormir, la sala de estar, el baño…estancias con una decoración mínima y sin anécdota, sólo es en japonés. Lo único que realmente vale la pena es ver un ejemplo de jardín con “escenario robado”. Se trata de construir un jardín en torno a un paisaje real, integrándolo en el decorado. En este caso el volcán y la bahía de Kagoshima. Desde la sala de estar y sólo desde ahí, al mirar el jardín el volcán y la bahía parecen estar construidos a propósito para que encajen con las formas de los árboles y las corrientes de agua. Es realmente refinado. Respecto a la ceremonia del té, como había un grupo de australianos jubilados: gigantes y con sombreros de cocodrilo, en perfecta forma física, por supuesto, y grabándolo todo en video, me dio pereza y me marché a mitad.

Decía anteriormente que también vine para ver la costa. La verdad es que, puede que fuese por el tiempo (días nublados), pero lo cierto es que es bastante fea. En general, cuando viajas por Japón el paisaje es feo. Únicamente la zona de los Alpes ofrece buenas vistas, el resto del país es gris: casas grises, antenas, vías de tren. El país del “verde y las sombras” No obstante,volviendo de Ibusuki hice una parada en un pueblo, Chiran, donde si sentí un poco el Japón interior. Mi objetivo era visitar el Museo del Kamikaze.

El Museo del Kamikaze (la palabra kamikaze significa “viento divino” y es el nombre que los japoneses dieron a los tifones que en 1273 les salvaron de ser invadidos por los ejércitos mongoles de Kublai Khan) es de los que me gustan. Concreto y muy bien expuesto todo. Hay toda una colección espectacular de uniformes, armas y todo tipo de utensilios militares de los soldados japoneses en la Segunda Guerra Mundial y, además, como habéis visto, aviones a escala real. No obstante, la parte importante del museo es el archivo de cartas escritas por los pilotos kamikazes en los días previos a su último viaje. Cartas a sus esposas, a sus padres, a sus hermanos. Son cartas cortas, de entre diez y veinte líneas y, aunque la mayor parte hablan del orgullo de cumplir con el deber (la mayoría eran soldados de entre 17 y 25 años) hay algunas que debieron ser difíciles de escribir. Recuerdo una de un teniente de 28 años que dirigiéndose a su esposa, en un momento de la carta pasa a hacerlo a su hija mayor, de 6 años, pidiéndole que cuide de su hermana pequeña. Termina la carta recordando que pronto será abril y los cerezos volverán a florecer.

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Antes de empezar a hablar de Nagasaki, mencionar que como estoy en China, estoy teniendo ciertos problemas a la hora de acceder al blog. Es una censura un poco chapucera (tipo la nuestra) pero a algunas páginas no puedo acceder (youtube, por ejemplo) y el acceso a la página del blog es bastante complicado. No obstante, me las apañaré.

Japón ha sido siempre un país receloso respecto al exterior. Su historia es básicamente insular,  y su cultura, aunque influenciada por chinos y coreanos, ha mantenido siempre su propia singularidad. De ahí quizás ese carácter tan especial que tienen los japoneses, esa distancia de la que uno no sabe hasta dónde es formalidad y dónde empieza la indiferencia o directamente el desdén. Los japoneses tienen varias capas, capas que incluso mantienen entre ellos. Una pequeña inflexión de voz, la “forma” con que se dice algo (en japonés hay muchas maneras de decir lo mismo según sea más o menos cordial, emotivo, etc.), un leve gesto corporal, indican todo lo que no muestran sus rostros. Esos matices, por supuesto, son incomprensibles para alguien que llega a Japón por primera vez, por lo que la comunicación, la poca que es posible tener, queda desprovista de emoción: ni ellos entienden nuestra gesticulación o nuestras bromas, ni nosotros sus leves inflexiones. Incluso bebiendo una copa con alguien cuesta saber si realmente le caes bien a esa persona o simplemente está siendo educada. Por otro lado, más allá de las diferencias de comunicación, los japoneses son, ya de por sí, un pueblo bastante cerrado al exterior. Aunque los anuncios llenan las calles de rostros europeos y los escaparates se comparan con París o Milán, aunque viajar a Europa es un sueño y la última moda es “ponerse” una nariz o unos ojos occidentales… a pesar de todo eso, mi impresión es que siguen queriendo aislarse del resto del mundo. Si le preguntas a una japonesa cuál es su marca de tejanos favorita, te dirá una marca japonesa, aunque esa marca sea “Comme des Garçons”. Si entras en una librería de tamaño medio sólo veras tres o cuatro títulos occidentales traducidos al japonés; los móviles del resto del mundo no funcionan en Japón; sus deportistas preferidos son japoneses, en fin, lo que quiero decir es que mi impresión es que los japoneses importan lo que les llama la atención y luego lo transforman en algo suyo, olvidándose de dónde vino.  Creo que, simplemente, no les importa el exterior, y en ese paquete van los extranjeros. Y el origen histórico de ese aislamiento algo tiene que ver con Nagasaki, que, por cierto, es el título de esta entrada. Como introducción, una foto de lo poco que existe en Japón que tenga algo que ver con España, un dulce, un “Castella”, originario de Nagasaki.

Nagasaki es hoy una ciudad portuaria, activa y comercial. Construida en torno a una bahía y rodeada de colinas, la presencia del mar se siente en los embates del viento, que se cuela a cada instante entre las calles por las que suben y bajan los tranvías que recorren la ciudad desde el centro a los suburbios. Es una ciudad junto al océano, aunque su importancia histórica como punto de entrada del comercio con Europa queda ensombrecida hoy por la tragedia atómica. Sin embargo, mi impresión —y es una impresión que no tiene ninguna base, quizás demasiado sesgada por mi propia experiencia personal— es que Nagasaki, a diferencia de Hiroshima, quiere olvidar. Así que en esta entrada no hablaré mucho de la bomba y sus efectos (parecidos a los de Hiroshima en número de muertos y horror) simplemente incluiré algunas de las fotos de los monumentos más característicos y un video que grabé en el Museo de Nagasaki.

Volviendo a Nagasaki, la ciudad fue fundada por marineros portugueses hacia 1.500, quienes pronto la convirtieron en la puerta del comercio de Japón con China y Corea. La ciudad creció rápidamente, al mismo tiempo que los jesuitas llegaban a Japón guiados por San Francisco Javier. Estos dos hechos luego serán claves en la historia de las relaciones de Japón con el exterior y, quizás, parte de la explicación del carácter tan especial de los japoneses. Como decía, los jesuitas llegan a Japón y, tal y como venían haciendo en otras partes de Asia (China, Filipinas, Ceilán), se integran en las costumbres locales, aprenden el idioma, y comienzan a convertir a todos los nativos que pueden al cristianismo. Sin embargo, mientras en China y a través del emperador, obtienen un puerto, Macao, desde el que dirigir su iglesia y su tarea sin una preocupación excesiva por parte del que en aquélla época era un imperio comparable al español (sino más grande), en Japón las cosas no fueron igual. Japón era un reino feudal, con una población sometida a un cruel sistema de impuestos y más preocupado de las amenazas que pudieran entorpecer el mantenimiento del sistema que de tener relaciones exteriores. Es en esa época cuando comienza a fraguarse el comportamiento obediente y respetuoso con las normas de los japoneses: el miedo al castigo era tan terrible que saltarse las normas era considerado un deshonor. Y en esas llegaron los jesuitas con una moral muy diferente, una notable arrogancia, y, sobre todo, con una Iglesia a su espalda que, desde el punto de vista militar (que fue el considerado por los señores feudales) podía movilizar un ejército que sumaría las fuerzas de prácticamente toda Europa. La llegada de un barco español a Nagasaki en 1596 fue interpretada por el shogun Hideyoshi como el inicio de una invasión, y 26 cristianos, jesuitas y convertidos, fueron crucificados. En 1.637 la rebelión Shimabara, iniciada en Nagasaki contra el shogun Tokugawa (que había llegado al poder tras acabar con Hideyoshi), fue interpretada como inspirada por los jesuitas, y todos los extranjeros fueron expulsados definitivamente de Japón. Durante dos siglos, los únicos extranjeros que tuvieron relación con Japón fueron los holandeses, quienes convencieron a Tokugawa de que ellos no eran católicos y obtuvieron una parte del puerto de Nagasaki, Dejima, como base de operaciones. Curiosamente, asimismo le convencieron de que los ingleses también eran católicos, por lo que les fue prohibida  la entrada hasta el s.XIX. No fue hasta entonces cuando Nagasaki recuperó su antigua característica de puerta de entrada de Occidente, principalmente a través del Imperio Británico. Estas son algunas fotos de las villas que los ingleses instalaron en Nagasaki, en el llamado Glover Garden.

Otro hecho destacable de Nagasaki es que es allí donde se desarrolla la historia que se explica en la ópera “Madame Butterfly” de Giacomo Puccini. En realidad, la ópera está basada en el libro “Madame Crysanthème” de Pierre Loti, autor francés que relató en sus numerosos libros los viajes que hizo por Asia y Oceanía. De la vida de Mme. Butterfly, como la historia se narra en primera persona, no sabemos si fue Loti quien realmente la conoció o el joven marinero que llega a Nagasaki buscando comprar una joven esposa y acaba enamorado de la geisha de “trece o quince años”, es un producto de su imaginación. Y ahí, precisamente, está la gracia. En el Glover Garden hay una estatua de ella junto a otra de Puccini. Me parece terriblemente injusto que se hayan olvidado de Loti.

Por último, mencionar algunos de los monumentos más relevantes en relación a la explosión atómica.

La “Estatua de la Paz”, creada por el escultor Seibō Kitamura y que simboliza el deseo de los habitantes de Nagasaki por alcanzar la paz. Cada 9 de agosto se hace una declaración de paz al mundo frente a la estatua.

La Catedral de Urakami: La catedral fue uno de los edificios destruidos durante el bombardeo y sólo uno de sus muros se mantuvo en pie. Fue reconstruida en 1959 y en sus alrededores se muestran objetos que sobrevivieron a la explosión.

Hipocentro de la bomba: en el punto exacto donde cayó la bomba hay una columna negra de mármol que pretende simbolizar el horror causado.

Museo de la Paz: además de una exposición audiovisual muy completa, en su interior hay una sala donde, en una columna a modo de archivo, están los nombres de todas las víctimas del bombardeo. Todo el museo está rodeado de agua, que se desliza por las paredes exteriores y penetra en el interior, rodeando la sala de las víctimas. Esa agua es el agua que pedían las víctimas de la bomba, una manera de reconciliarse con el horror. Es muy impresionante entrar y pasear por el interior porque hay un completo silencio, sólo se oye el agua. A continuación, el video que comenté al principio (que lo publicaré cuando salga de China).

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Kanazawa es una pequeña ciudad en la costa norte de la parte central de Japón (Honshu). Es conocida por el castillo (en reformas), por sus casas de geishas y samuráis, y por el Jardín Kenroku-en, que habréis visto en alguna foto porque es unos de los más fotografiados de Japón. Esta es la típica foto del jardín aunque hecha por mí y en un día nublado.

Pero el jardín se explica con fotos, son más interesantes los samuráis. He leído algo estos días, muy poco la verdad, sobre samuráis, y me quedo con algunos datos que me han llamado la atención.

Por ejemplo, el Bushido que, además del título de un álbum de Enrique Bunbury con canciones como “As de copas” o “Rusa, rumana” (Wikipedia es fantástica), es el código de conducta que debían seguir los samuráis. Bushido significa algo así como “camino del guerrero” y se compone de 7 virtudes: rectitud, coraje, benevolencia, respeto, honestidad, honor y lealtad. Hay miles de páginas en Internet sobre Bushido y hoy en día es muy popular e incluso reverenciado. Pero lo irónico del caso, lo que a mí me llamó la atención, es que este código se desarrolla en el s.XVII, momento en el que en Japón (aislado y bajo un shogunato muy cruel) ya no había muchas batallas para los samuráis. Parece ser que por aquel entonces los samuráis no eran muy populares. La gente común pagaba unos diezmos terribles (por ejemplo, los hida, que trabajaban 300 días al año para pagarlos) y los samuráis, mientras, no hacían nada. Y para compensar esa imagen de parásitos sociales se creó el bushido, que los mostraba como ejemplos morales y personas de austeridad zen que aguantaban las penalidades sin quejarse.

Otro punto que me ha parecido curioso es la relación de los samuráis con las mujeres. Nosotros estamos acostumbrados a que en las historias de caballeros medievales siempre haya una dama a la que se corteja que aparece en algún momento. Sin embargo, en las historias de samuráis las mujeres sólo aparecen cuando han de suicidarse porque el enemigo ha tomado el castillo. Parece ser que los samuráis no tenían mucha relación con mujeres, incluso consideraban que debilitaban su masculinidad, por lo que preferían relaciones homosexuales o bisexuales. En las obras literarias se menciona a menudo, y hay estadísticas que dicen que el 50% de los samuráis en el s.XV tenía amantes jóvenes.

Esta es una foto del Castillo de Kanazawa.

Finalmente, quiero hablar del “Museo de Arte Contemporáneo del s.XXI”, que también está en Kanazawa. Arquitectónicamente es espectacular, artísticamente no tanto, para mi gusto (creo que demasiado pretencioso cobrar 10 € de entrada para ver 10 salas con una obra en cada una, eso sí gigante). Sin embargo, en una pared vi el siguiente cartel que me encantó.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Por suerte, también había una exposición de diseño muy friki y divertida. Además de robots, cápsulas para dormir, diferentes aparatos electrónicos y de cocina de diseño, etc, había estas dos “creaciones” de Panasonic y Yamaha. La primera es un aparato de fitness que simula que vas a caballo y la segunda es un piano alrededor del cual la gente se sienta. Yo estaba mirando a la pianista (no me atreví a sentarme delante con una cerveza que es para lo que está diseñado) como tocaba embobado, me dispongo a girar para seguir mi recorrido y entonces veo como ella se levanta y las teclas del piano siguen moviéndose solas y la melodía sonando: es decir, el que está sentado puede hacer ver que toca. Es genial.

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El pasado sábado noche decidí hacer una nueva incursión nocturna, esta vez a un barrio menos lleno de extranjeros. En concreto quería ir al WOMB, un club de música electrónica con cierto renombre.

Tomé el metro en mi estación, Kodama-cho, un poco antes de las 12 para no perder el transbordo de Ginza a Shibuya, y todo marchaba bien hasta, como siempre, salir de la estación a la calle. Para entonces ya había superado el obstáculo de encontrar la salida (en Shibuya hay como 20 salidas distintas, y es bastante caótico porque si te despistas, de repente apareces en la planta dos de un edificio de oficinas). Ya en la calle, y con mi mapa dibujado a partir del de la web del local (iba preparado), empecé a hacer zigzag por las calles, primera derecha, segunda izquierda, y así hasta que llegué al final del mapa: ahí está, me dije. Me acerco y veo el nombre del local en el neón: Camelot. Ya empezamos.

Enseguida deseché la opción de tratar de comprender el mapa y pregunté a dos chicas directamente.

—Do you know where is the Womb? It’s a big club…

— ¿Gum? —contestan, y vuelves a pensar,  ya empezamos.

—Yes, Womb, a big disco, don’t you know it?

—No. This is Camelot. Camelot good! —y me hacen el gesto de como que les acompañe.

—No, thank you. I want to go to Womb —y se ríen y comentan algo de mi acento. Les hace gracia como pronuncio Womb. Les enseño el nombre en inglés pero nada, así que charlamos un rato tipo indio hasta que pase otra persona a quien preguntar. Durante la conversación, ellas, muy amablemente, me invitan de nuevo al Camelot pero les digo que yo no quiero ir al Camelot, que quiero ir al Womb, y que se ha convertido en algo como una misión encontrarlo. Así que cambio de interlocutor. Un grupo: más posibilidades. Les pregunto y, de repente, una chica me dice:

—Oh, Barcelona, yoo vivoo en Barcelona.

—¿Ah, sí?, ¿y hace cuanto tiempo que vives en Barcelona? —le comento esperanzado mientras uno de sus amigos busca Womb en el GPS. Ella cuenta con los dedos un rato.

—Venteeseeis años.

—Veintiséis años… Pareces más joven. Y ¿hace cuánto que vives, VIVIR, en Barcelona? —vuelve a contar.

—Ooooh, cuuaaatro meses.

Y  entonces el GPS localiza el Womb (suerte que escogí un local de 4 pisos) y me enseñan el plano. Empiezo de nuevo con giros a la izquierda y derecha con la absoluta certeza de que me voy a perder de nuevo. A medio camino se me ocurre una idea genial: coger un taxi. De nuevo:

—Gum?

—Womb —y volvemos al GPS, pero esta vez no funciona. Le enseño el nombre en inglés y lo introduce (no sé cómo lo hacen porque el teclado es japonés). Resultado: 18 km.

—No es ése —busca otra vez y, de nuevo:18 km.

Así que bajo del taxi y empiezo a vislumbrar una teoría: soy idiota. Busco a alguien más “perfil Womb”: una chica con una gorra beige de marinero, ¡y lo conoce! Además me da una información importante: Womb en japonés se dice “UMO”. Los japoneses, he deducido, pronuncian los nombres en inglés con los sonidos japoneses. Y como hay algunos sonidos que en japonés no existen, pues los cambian al más parecido.  Y ya con ese dato no paré de decir “Umo” a todo el que veía. Por si acaso, también le pregunté a un negro con rastas que se rió mucho: “No, man, I’m from Detroit”. En definitiva, que una hora después de salir de la estación ya estaba en el Womb. Calculo que debe estar a unos 10 minutos andando.

Pero todo el periplo me sirvió para conocer a fondo la zona llamada de los “Hoteles del Amor”, llamada así por razones obvias. Hay como unos 100, y lo bueno es que tienen motivos temáticos: por ejemplo recuerdo uno pintado de rosa llamado “Flamingo” así como tipo “Corrupción en Miami”, una especie de caverna, varios “africanos”, en fin, un poco de todo y con diferentes medidas de sordidez. También me llamó la atención un “Hotel Cápsula” como de veinte pisos.

Para el que tenga interés en este tema, una foto de una habitación y el link a un blog excelente que habla de Japón hecho por un español.

Kirainet

Volviendo al Womb. Tiene 4 pisos pero 2 son barras, en definitiva que sólo hay 2 salas, una grande que se amplía en los días de sesiones vip y una pequeña. El local está bien, con lista de entrada y eso, y  un  aspecto underground que recuerda a los locales europeos, todo muy bien cuidado. Incluso tienen casilleros para la ropa y los bolsos en vez de guardarropa.  La música me gustó, va variando según el dj obviamente, pero en general está bastante bien, incluso de vez en cuando vienen djs importantes (este año estuvo Richie Hawtin, por ejemplo). El público es un poco joven y diferente al de Roppongi, aquí los japoneses son mayoría, van juntos y a su rollo, y los extranjeros se emborrachan solos.

Esa noche los súbditos de la Reina Isabel con más presencia etílica en la sala grande provenían de Australia. Los australianos comparten con sus colegas británicos la característica de estar borrachos a cualquier hora de la noche. La diferencia es que ellos no se caen nunca, así que cuando invaden una pista suele ser una tortura. Me tomé un par de copas, bailé un poco y como no veía mucha diversión me fui a la sala de abajo.

Allí pensé en hacerme amigo de algún japonés para variar. Vi a un fenómeno que bailaba como Michael Jackson (creo que incluso también llevaba zapatos de charol de punta) y me puse a bailar con él. A los japoneses y a las japonesas, por lo que he visto, no les importa, incluso les parece divertido que bailes con ellos. Creo que lo ven como el karaoke. A todo esto, tuvimos la fortuna de ser acompañados por una japonesa de edad indefinible (no soy capaz de decir las edades, entre 20 y 30) muy mona, que llevaba un sombrero de esos como de la película “Cabaret”. Bailamos un rato y, de repente, aunque yo lo veía venir, entró en escena un canadiense borrachísimo de 1,95 y vestido con una camiseta con un Buda dibujado que enviaba auras naranja y amarillas. Como casi no se le entendía me lo llevé a la barra para conocernos: «I like your T-shirt, is Buda, no?, do you want a drink?”. Lamentablemente no quería beber nada. Luego de que comprendió el término Spain como país (5 intentos) nos hicimos muy amigos y entre abrazo y abrazo me confesó que me quería. Lo dejé allí y volví a la pista pero, al poco, el Michael Jackson japonés murió de coma etílico y me hice amigo de otro crack (pero menos) y dos japonesas nuevas (una de ellas, como debía medir 1,30, la subí un par de veces para que pudiera saludar al DJ) y allí me quedé el resto de noche. En fin, que se acabó la sesión, y me fui a mi hotel habiéndolo pasado bien. Eso sí, de vuelta, 38 € de taxi. Sin incidentes.

Os pongo una foto libre de la pista. Para el que quiera ver fotos del local y la fauna esta dirección de flickr (como están los derechos reservados yo no puedo poner ninguna).

http://www.flickr.com/photos/womb/

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Shinjuku es otro de esos barrios “made in Tokyo”. Es una mezcla de dos zonas, la primera de gigantescos edificios de cristal y oficinas, repleta de gente que va de un lado a otro, tiendas, locales para comer y locales de Pachinko; y la segunda los callejones del “Golden Gai” (los bares que aparecen en “Blade Runner”), donde van los trabajadores a tomar copas cuando salen del trabajo. Lamentablemente, esta última parte no he tenido la ocasión de explorarla (obviamente, hay que hacerlo de noche) pero me gustaría hacerlo antes de marcharme de Japón. Además de tugurios y locales de striptease creo que hay buenos locales de jazz (que son los que me interesan). Os dejo un par de fotos de Shinjuku y vamos al Pachinko.

Esta parte se la dedico a mi amigo Quique Vallcorba, que como estaba muy interesado en el tema, me fui a un local de Pachinko para probar la experiencia.

El Pachinko es como una mezcla entre las tragaperras y el pin-ball. Se trata de una máquina parecida a una tragaperras en la que, al echar la moneda, te aparecen miles de bolitas de metal en un cajón. El juego consiste en, mediante una rueda que manejas con una mano, ir dejando caer las bolitas en la máquina. Las bolitas van cayendo como en un pin-ball y el premio aquí está en que caigan en el agujero principal en vez de irse por los costados. La “gracia” está en el tacto al manejar la rueda y así dejar caer más o menos bolitas y que unas empujen a otras para que el flujo lleve a alguna a los agujeros de premio. Yo le pedí ayuda a la azafata para mi iniciación y la verdad es que ella dominaba bastante. También le pedí permiso para hacer un video del jueguecito (tengo que editarlo y «girarlo» porque está al revés, pero no soy capaz, así que girad la cabeza). Un par de fotos y el video.

Los japoneses se gastan auténticas fortunas en Pachinko y hay mucha gente enganchada. Aunque no está reconocido, parece que la mafia japonesa, los clanes Yakuza, controlan el negocio. Como aquí en Japón la droga no está muy extendida, las mafias son más “tradicionales” y están centradas en clubes de alterne y pachinko. No me extraña, ya que en el Pachinko en 5 minutos te pules 10€.

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Como decía en la entrada anterior, durante los últimos días, entre visita y visita a los diferentes barrios de la ciudad, también he aprovechado para visitar algunos de los templos (budistas) y santuarios (sintoístas) más conocidos de la ciudad. En el título están los templos y entre paréntesis el barrio. En cada caso hablaré un poco de ambos.

UENO: Este barrio es conocido por el parque que lleva su nombre y por la estación de tren, una de las 2 o 3 claves en Tokyo (junto con Tokyo y Shinjuku). No hay mucho más aparte de unas Galerías junto a la estación que por lo cutres que son (gritos, calamares, zapatos y camisetas) resultan bastante atractivas. Yo fui el lunes pasado, que parece ser que era festivo y el parque estaba a tope; además, hacía un calor de mil demonios (35 grados a las 15h) por lo que fue un poco terrorífica la experiencia.

En la entrada al parque hay una estatua de un samurái con un perro, se trata de Saigo Takamori, samurái contrario al mantenimiento del régimen feudal japonés (el shogunato) y favorable al Emperador durante los episodios de la Revolución Meiji a finales del s.XIX. Es también el personaje que interpreta Ken Watanabe en “El Último Samurai”, quien, como podéis ver en la siguiente foto, es igualito a Takamori. No se sabe por qué, en la película a Takamori lo llaman Katsumoto pero lo cierto es que fue todo un éxito aquí en Japón. Del personaje de Tom Cruise, en wikipedia no dicen nada.

http://es.wikipedia.org/wiki/Saigo_Takamori

Siguiendo con el parque, está bien para pasear, y como dentro se ubica el zoo, los niños se lo pasan en grande. También están el Museo Nacional de Tokio que, según Lonely Planet, es de visita obligada. Según mi opinión, si uno no conoce la historia de Japón al detalle, a la media hora te cansas de leer las mini tarjetas en inglés. Aunque sí es cierto que entre los cientos de vitrinas hay algunas que valen la pena. También están el Museo Metropolitano de Arte Contemporáneo (había una exposición de Chagall próximamente pero estaba muy cansado) y el Museo de La Ciencia. Respecto a los templos que hay en el parque, Goja-Jinja, Toshugu y la pagoda Daibatsu, tampoco es que supongan una gran experiencia, la verdad, son pequeños y bonitos, pero no muy espectaculares. Para ser sincero, lo que más me gustó del parque fue el friki del siguiente video.

HARAJUKU y AOYAMA: Son los barrios “in” de Tokyo, los de las tiendas, restaurantes y hoteles boutique más exclusivos de la ciudad. Aunque eso sí, como pasa con bastante frecuencia aquí en Tokio, se concentra todo en una calle: Omote-Sando (simplemente ir a la estación de ese mismo nombre). Y como los japoneses son así, han intentado que se pareciera a las avenidas de tiendas de nuestras ciudades europeas: ¡tiene árboles!, las entradas a los hoteles permiten que el conserje abra la puerta del coche al visitante, y hay cafeterías con terraza al aire libre (un lujo en Tokyo). Siguiendo Omote-Sando en dirección al parque entras en Harajuku, donde las tiendas bajan varios peldaños pero donde hay una calle ineludible: Takeshita-Dori. Es paralela a la avenida, vas andando por la calle perpendicular para entrar en ella y cuando giras lo primero que piensas es que ha habido un temblor de tierra. Pero no. Son un millón de adolescentes vestidas de rosa y peluches gritando a la vez. Takeshita-Dori es la calle donde van todas las adolescentes para comprar los ositos que les cuelgan del móvil, las botas altas de madame, las minifaldas rosa, cuellos de zorro y toda la parafernalia que se ponen. Es, por decir algo, como una especie de Camden para niñas (y también hay vendedores negros). Como la calle está repleta y vas muy poco a poco y rodeado de adolescentes, llega un momento es que tienes ganas de llevar un cartel que diga “soy un turista, no un pervertido”. Así que cuando salí me metí en la que, para mí, es “la tienda” de la ciudad: “Soccer Shop”. Dos plantas dedicadas a camisetas de equipos de fútbol.

Cerca de allí está el puente Jingu-Yushi que es otro punto friki de la ciudad y que da entrada al parque Yoyogui Ken y al templo del que hace rato que debería estar hablando. Los fines de semana se reúnen aquí todas las “cosplay” (costume players) de que hablaba en Shibuya para exhibirse, que les hagan fotos, y luego volver a su cubículo de las afueras de Tokyo. Un poco como el tunning pero más barato y para chicas.

Y vamos al parque y al santuario Meiji-Jingu. A la entrada hay el gigantesco torii que aparecía en la foto de la anterior entrada y comienza un camino de arenisca gris rodeado de árboles altos y espesos y flanqueado por faroles tradicionales de luz amarillenta. Todo el parque es de un verde muy oscuro y, al atardecer, se respira un ambiente algo inquietante y muy atractivo. Por un camino en un costado puedes adentrarte entre los árboles y llegar a un jardín japonés dedicado a los lirios (que florecen en junio) y a un lago (cuyos cisnes, creo, deberían ser negros). El santuario está al final del camino principal, y está construido con ciprés japonés y pintado en tonalidades entre el verde oscuro y el negro, muy acorde con el ambiente y muy bonito. El más bonito de Tokio en mi opinión. Además, para deleite de los turistas, por 10€ existe la posibilidad de escribir tus deseos con rotulador en una tablilla de madera muy mona y colgarla en una especie de tablón para que, en este caso, el emperador Meiji y la emperatriz Shoken (que sacaron a Japón de su aislamiento tras la Segunda Guerra Mundial) cumplan tus deseos. Por lo que estuve leyendo, la mayor parte, hacen referencia a la familia, la pareja o volver a Japón, no encontré ninguna destacable tipo “Viva México, cabrones” y cosas así.

Un par de fotos de “niños Gucci” en Omote-Sando y del santuario.

ASAKUSA: En el barrio de Asakusa está la gran atracción turística de la ciudad, donde realmente puedes sentir el placer de pertenecer al mundo de los guiris con cámara (aunque también hay muchos, muchos, turistas japoneses), el templo Sensu-Ji.

Nada más salir de la estación de Asakusa ya ves por dónde va el tema. Hay una hilera de japoneses jóvenes en kimono que llevan a la gente en un carrito por las cercanías del templo (y, por lo que vi, algunos aprovechan para tratar de ligar con las japonesas jóvenes). Es curioso pero la mayor parte de gente que tomaba los carritos eran japoneses.

Pasas de los carritos y entonces entras en unas galerías cutres que acaban donde está el bullicio (bueno, primero preguntas donde está el templo porque como es habitual no sabes hacia donde ir y no hay indicaciones). Las galerías salen a una inmensa hilera de tenderetes de mercadillo repletos de gente donde se vende comida, artículos de cocina, gatitos mecánicos que saludan y demás souvenirs. Unos 500m de varias hileras de tenderetes sin ninguna gracia pero que, al parecer, son una gran atracción turística. La verdad es que es una pena, porque saliendo del bullicio, las calles son de casas bajas, algunas tradicionales, con pequeñas tiendas de cuchillos de cocina, kimonos, decoración, ropa…Todo este follón acaba en el templo, el más grande de Tokyo y que, como pasa con lo anterior, sería más bonito si no se hubiera convertido en un parque temático. También ocurre otra cosa. Los templos, en mi modesta opinión y espero equivocarme, a diferencia de nuestras iglesias y catedrales, son bonitos sólo por fuera. El interior es siempre muy parecido y muy “pequeño”. Me refiero a que ni hay pinturas espectaculares en las bóvedas o en el techo, ni preciosas capillas, ni estatuas de grandes artistas y, sobre todo, no tienen ese aire sobrecogedor de respeto y silencio que te invade cuando entras en una catedral. La gente cuando entra en una iglesia, por supuesto, está callada. Aquí en la entrada, que ocupa muy pocos metros hay un puesto de venta de ofrendas, gente en turnos haciendo fotos (hacia fuera, hacia dentro está prohibido), guías turísticos que les explican al grupo cómo se hace para tirar moneditas, en definitiva, que el ambiente zen no lo ves por ningún lado.

Para acabar una recomendación: no cojáis el barquito que te lleva por el río para ver “los 12 puentes de Tokyo”. Bueno, si os gusta Bellvitge, podéis cogerlo.

Un par de fotos de Sensu Ji y, atendiendo a la petición de Ramón, una foto MÍA tomando un café en un callejón de Kagurazaka (bueno, esperándolo, en ese momento la dueña estaba empezando a explicarles a sus amigas la reforma que estaban haciendo del café).

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